Gaza: los números revelan la magnitud del horror

Más de 57.100 muertos. Más de 134.592 heridos. Miles de personas atrapadas bajo los escombros. Veinte meses de bombardeos incesantes. Las cifras son el testimonio de una tragedia humanitaria que la comunidad internacional observa con una pasividad que avergüenza a la humanidad entera. Gaza se ha convertido en el escenario de una catástrofe que trasciende cualquier justificación militar y que exige una respuesta inmediata y contundente de la comunidad internacional.

Las cifras proporcionadas por el Ministerio de Sanidad palestino representan vidas humanas segadas, familias destruidas, niños que nunca conocerán la paz, madres que nunca volverán a abrazar a sus hijos.

Cada una de esas 57.100 muertes tiene un nombre, una historia, sueños truncados por la violencia desmedida que se ha desatado sobre la población civil de Gaza.

La escalofriante realidad de que miles de personas permanecen atrapadas bajo los escombros, sin posibilidad de ser rescatadas debido a la falta de maquinaria pesada y la continuidad de los combates, revela la dimensión de esta crisis.

No estamos ante una operación militar convencional, sino ante la destrucción sistemática de una población civil que no tiene dónde refugiarse, que no puede escapar, que está siendo aniquilada en lo que constituye un territorio cercado.

Además de los bombardeos, Gaza enfrenta una crisis humanitaria que incluye el hambre y la sed como instrumentos de destrucción masiva. La población palestina no solo muere por los proyectiles que caen del cielo, sino por la falta de alimentos, agua potable y medicinas.

El bloqueo sistemático de la ayuda humanitaria convierte las necesidades básicas humanas en armas de guerra, una táctica que viola todos los principios del derecho internacional humanitario.

Los 134.592 heridos, muchos de ellos con amputaciones y lesiones de por vida, constituyen un testimonio viviente de la brutalidad de esta ofensiva.

Estos supervivientes cargarán para siempre las cicatrices físicas y emocionales de una violencia que no distingue entre combatientes y civiles, entre adultos y niños, entre instalaciones militares y escuelas, hospitales y refugios.

La pregunta que debe hacerse la humanidad es simple pero desgarradora: ¿hasta cuándo vamos a permitir que esto continúe?

La Organización de las Naciones Unidas, concebida precisamente para prevenir este tipo de tragedias, parece paralizada ante la magnitud de la crisis. Los mecanismos internacionales de protección civil han demostrado su ineficacia cuando se trata de detener lo que todos los indicadores señalan como un genocidio en desarrollo.

El Consejo de Seguridad de la ONU ha sido bloqueado repetidamente por intereses geopolíticos que anteponen el cálculo político a la preservación de vidas humanas.

Mientras los diplomáticos debaten en salones con aire acondicionado, bebidas refrescantes y costosos bocadillos, la población de Gaza muere bajo el sol abrasador del desierto, sin agua, sin comida, sin esperanza.

Está claro que el silencio de gran parte de la comunidad internacional no es neutralidad, es complicidad.

Cada día que pasa sin una intervención efectiva para detener esta masacre, cada resolución que se diluye en debates estériles, cada ayuda humanitaria que se bloquea constituyen una contribución a la perpetuación de esta tragedia.

Las potencias mundiales que se proclaman defensoras de los derechos humanos y la democracia han mostrado su verdadero rostro: el de la hipocresía más absoluta.

Los mismos países que condenan violaciones a los derechos humanos en otras latitudes, que imponen sanciones por mucho menos, que se erigen en guardianes de la moralidad internacional permanecen mudos ante el exterminio sistemático de la población palestina.

Cada hora que transcurre sin una intervención internacional efectiva se traduce en más muertes, más sufrimiento, más destrucción.

Gaza representa hoy la prueba de fuego de la humanidad del siglo XXI. Si no somos capaces de detener esta masacre, si no podemos hacer que prevalezcan los principios básicos de la dignidad humana, entonces todas nuestras instituciones internacionales, todos nuestros tratados, todas nuestras declaraciones solemnes no son más que papel mojado.

El mundo debe levantarse como un solo hombre para gritar: ¡Basta ya! Los 57.100 muertos no pueden ser en vano. Los 134.592 heridos no pueden ser olvidados. Gaza no puede convertirse en el cementerio de la conciencia humana.

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